POR VALERIA MARCÓN
A modo de anécdota, cuando éramos niños
y nos reuníamos en casa de algún amiguito de la escuela, siempre antes de
comenzar a contar una historia, todos gritaban al unísono: «¡un cuento de
terror! ¡Uno de miedo, pero que dé mucho
miedo!». Lo que nos lleva a afirmar que
el gusto por la literatura fantástica y de terror se asienta desde la más
tierna infancia.
Pero, ¿a qué temen realmente los niños?
¿A qué tenemos miedo los adultos? De acuerdo con la edad, se puede temer a
muchas cosas: la oscuridad, las tormentas, el abandono, los monstruos diversos
(el monstruo del armario, por ejemplo, es muy común) y, lo que diría Stephen
King, el listado completo de los Diez Ositos. Y en esto profundizaremos un poco más
adelante.
En los antiguos cuentos folklóricos de
hadas (en sus versiones originales, no los cuentos edulcorados tipo Disney),
abundan las crueldades de todo tipo, personajes aterrorizados, transformaciones
y encantamientos; pero también existe la posibilidad de la redención y del
cumplimiento de lo mejor de sí mismos, por parte de los personajes.
No voy a entrar aquí a detallar las
diferencias entre el mito
(narraciones de tipo sagrado, con seres sagrados y héroes semidivinos, que se
ocupan de relatar los misterios del cosmos y de la naturaleza), la fábula (donde la narración suele ser en
verso, donde hay animales dotados de cualidades humanas o que actúan como
hombres; los narrados en prosa son cuentos de animales), la leyenda (originada por el contacto con
una realidad fuera de uso; donde se indican los lugares con precisión, los
actos tienen fundamento que parece histórico y son de cualidad heróica) o el cuento (narración maravillosa o
novelesca, sin localizar el lugar ni individualizar a los personajes;
respondería a una concepción «infantil» del universo y tienen la función de
distraer).
Más bien voy a ir al grano en cuanto al
miedo y al terror. El relato clásico de
terror tiene su base en el cuento fantástico.
Es decir, que el terror bebe de lo fantástico.
Existen muchas teorías acerca de la
literatura fantástica. Afortunadamente,
la literatura fantástica no se deja apresar con facilidad dentro de estas
categorías o caracterizaciones, que aunque sirven para estudiarla, la
simplifican y la empobrecen. El cambio y
la experimentación en el terreno de lo fantástico queda para más adelante del
siglo xx.
Así pues, teóricos como Todorov, Maupassant, Castex o Ana María
Barrenechea hablaron de lo insólito, lo maravilloso y lo fantástico, donde cada
uno explicaba los elementos sobrenaturales que caracterizaban a las
narraciones.
La existencia de Borges, Cortázar o
Stephen King, por citar algunos, corroboran que limitar al género fantástico es
un error. Podemos encontrar en muchas de
sus obras elementos sobrenaturales inéditos, que no siguen las leyes naturales
conocidas ni que pertenecen a mitologías conocidas. Los universos son identificables,
reconocibles; la realidad representada tiene que parecerse a la nuestra para
convencer y demostrar que el elemento sobrenatural es inaceptable en esa
representación del mundo. Hay
hiperrealidad o exageración de los hechos más corrientes de lo cotidiano
también. En los relatos de Borges o
Cortázar no hace falta que aparezcan ciertos elementos del cuento y aun así son
fantásticos.
Maupassant, por ejemplo, demostró que
solo se tiene miedo de lo que no se entiende e insiste mucho en el miedo que
debe provocar un relato fantástico, un terror cuya causa es la falta de
explicación natural ante un determinado suceso o fenómeno inexplicable.
La percepción de lo sobrenatural va
cambiando con el tiempo, porque el ser humano ya no se asusta con tanta
facilidad, debido al progreso y a su visión del mundo. El lector no es tan crédulo ante las leyendas
antiguas. Por eso el autor debe ser más
sutil para provocar el escalofrío de inquietud.
Lo sobrenatural entonces adquiere otro
matiz: son hechos anormales, una realidad extraña, otro mundo existente con sus
propias leyes. Quien mejor expresó esta
unidad entre terror y fantasía fue Poe.
Él encontró una fórmula para conducir al terror: El equilibrio y la
contención que impone una narración breve, por ejemplo, facilitan el estrecho
control de lo que se narra y permiten moderar la tensión. El lector se siente atraído por lo que le
asusta, cada vez más, y es conducido por una telaraña narrativa, donde hay una
atmósfera sugerente, gracias a los mecanismos psicológicos que convierten lo
macabro en un objeto de placer estético.
El crecimiento gradual de la tensión se
basa en una lenta ascensión en el interés del lector; se crea una atmósfera
adecuada gracias a las palabras escogidas y a los adjetivos usados, para lograr
el impacto deseado. Se describen los
personajes, la situación, la atmósfera…
El suspenso es un elemento esencial
dentro de lo fantástico. Y los procesos
para lograrlo son diversos.
Ahora bien. ¿El
género gótico es el origen de la literatura fantástica? Esta cuestión es complicada a la hora de
establecer un vínculo porque se parte, efectivamente, de lo fantástico y no se
tiene en cuenta la riqueza y la ambigüedad que rodean al género gótico.
¿Cuándo
nace la novela gótica y dónde?
Surge, por curioso que suene, a la sombra de la Inglaterra del Siglo de
las Luces (s. xviii). Había un gran rechazo a lo sobrenatural en la
vida cotidiana, lo cual se manifestó en lo literario y en lo estético. Así pues, frente a la razón, se buscó lo
irracional, y para captar nuevo público y tener nuevas fuentes de inspiración,
optaron por el miedo, al cual le aplicaron una buena dosis de elementos
fantásticos.
¿En
qué se sustenta entonces la idea de que la novela gótica es el inicio del
género fantástico? Se sustenta en el
hecho de que fue el primer movimiento literario que tomó conciencia, en
relación con los elementos fantásticos, de la idea de realidad. Hay un alejamiento de los mecanismos de lo
maravilloso y un respeto por la realidad objetiva. Era necesaria una realidad objetiva que
respetara la cotidianidad del lector, si el elemento transgresor (o
sobrenatural) pretendía desestabilizar sus límites y cuestionar la validez de
sus reglas. Es decir, un mundo
perfectamente reconocible donde la irrupción del componente sobrenatural
causara el efecto deseado.
Así pues, aquellas narraciones tipo El Castillo de Otranto, de Horacio
Warpole (1764), fueron quedando lejos y más lejos: las narraciones actuales ya
no se sitúan en escenarios de un pasado remoto, infestado de fantasmas y
monstruos, con acontecimientos sobrenaturales, arraigados en tiempos de
oscuridad. El lector ya tiende a
distanciarse de aquello que no es cotidiano ni se siente identificado con esa
percepción de lo sobrenatural.
La literatura fantástica de nuestros
días, en cambio, mantiene la verosimilitud; ofrece a cada lector los elementos
necesarios para probar siempre que esa irrealidad es verosímil,
verificable. ¿Qué ocurre con la verosimilitud de la novela gótica? No viene dada por la realidad cotidiana, sino
por la realidad que mantiene esta con el autor y el texto. En el momento en que se justifican los hechos
sobrenaturales se pierde el anhelado efecto fantástico y las reglas de la
causalidad, que de manera motivada organizan nuestro mundo y que deben por lo
mismo organizar el texto, se quiebran.
Cuando el lector se enfrenta a un relato
gótico, por lo general, está predispuesto, apoyado en convenciones
psicológicas, culturales y sociales, a emitir un juicio de verosimilitud ante
los hechos o acontecimientos reales, por un lado, y ante el hecho fantástico
por otro. Hay un sacrificio del elemento
transgresor, y aunque se mantiene vivo el efecto de lo sobrenatural hasta el
desenlace final, la literatura fantástica es el único género que no puede
funcional sin la presencia de lo sobrenatural, es decir, sin la presencia de
aquello que transgrede las leyes que organizan el mundo real.
¿Qué
ocurre con el hecho sobrenatural que ya se vuelve explicable en el género gótico
al pasar por el filtro de la razón, donde ya nada queda suelto a la imaginación
del lector? ¿Cómo irrumpe la irracionalidad en el texto? Pues, a través del elemento transgresor que
no necesita ser justificado, que no necesita explicación lógica alguna,
entendiéndose como unidad que rompe con el orden establecido. Así, el elemento transgresor no precisa se
sometido a la verosimilitud y el conjunto del texto, por lo tanto, no lo
sacrifica. Estos dos polos opuestos,
racionalismo e irracionalidad, han sido plasmados como en ningún otro género en
la novela gótica. Lo sobrenatural, desde
este punto de vista, aparece como accesorio y subordinado a la verdadera
esencia de lo gótico: el miedo. Los
elementos sobrenaturales pasan a convertirse en parte integrante al servicio de
la arquitectura terrorífica.
Lo que caracteriza a toda novela gótica
es el miedo, superpuesto al resto de elementos que la componen y estructuran,
que según Lovecraff, debe aparecer siempre y estar presente en cada pasaje de
la historia.
¿Qué
pertenece al miedo? El temor, el
espanto, el pavor, sensación de peligro.
Y este lleva a lo conocido. Es un
poco más tangible. La inquietud, la
melancolía, la ansiedad, pertenecen al terreno de la angustia y, por lo tanto,
a lo desconocido, lo menos tangible. El
miedo tiene un objeto determinado al que se le puede hacer frente (fantasmas,
monstruos, etc.); mientras que la angustia no lo tiene, y se vive en la espera
dolorosa ante un peligro que es mucho más temible porque no está claramente
identificado: un sentimiento global de inseguridad. Por eso es más difícil de soportar que el
miedo. Muchas veces el miedo nos impulsa
actuar y a tomar decisiones. La angustia
designa cierto estado de expectativa frente al peligro y preparación para
enfrentarlo, aunque se trate de un peligro desconocido. El terror incluye el factor sorpresa; es
cuando se corre un peligro sin estar preparado.
En la literatura fantástica el
desasosiego se logra mediante la irrupción del elemento sobrenatural. La novela gótica logra esto gracias a
numerosos recursos: un repertorio conocido de elementos para representar lo
horrible, lo sangriento, lo doloroso, cuyo resultado es una literatura hecha de
atmósfera irrespirable: espacios tenebrosos, paisajes sublimes, descripciones
horribles y agobiantes, escenas macabras…
Lo cual tiene como objetivo polemizar sobre temas tabú, aquellos temas
anulados por la represión, por la religión… todo esto relacionado con la época
de la Ilustración o aquellos que no encajaban con los esquemas mentales de los
lectores del neoclásico.
Entonces, el terror se convierte en una
exigencia de la novela gótica. Todo está
destinado a causar este efecto de miedo.
Es un requisito indispensable que debe cumplir la ficción gótica. Pero esta fórmula, con el paso del tiempo, se
fue desgastando y tuvo que evolucionar a través del relato fantástico,
incluyendo nuevos componentes (miedos cotidianos) que provocaban más
desasosiego que terror. Esta evolución
está marcada por el escepticismo y la desacralización crecientes. Mueren muchas de las creencias de un ciclo
mitológico (que comenzaron con el alba de la humanidad) pero perviven las
emociones, que son, al fin y al cabo, la base que dio origen a todo, ya que
todo sentimiento necesita expresarse de alguna manera. Y para expresarse, se viste de un ropaje que
no pretende ser conocimiento universal ni de la realidad objetiva: el cuento de
miedo. La creencia se convierte en
estética.
La literatura fantástica, apoyada en las
coordenadas y convenciones histórico-culturales del momento, evolucionó desde
el oscuro siglo xviii (Siglo de
las Luces, paradójicamente) hasta nuestra actualidad. Esta evolución se caracterizó por la búsqueda
de nuevas formas de comunicar al lector el repertorio de miedos que forman
parte de la cotidianidad.
Cuando el romanticismo se afirma, a
mediados del siglo xix, en varios
países europeos la literatura de miedo adopta en cada uno de ellos ciertas
peculiaridades particulares. En
Alemania, por ejemplo, Llopis habla de la vigencia existente entre el cuento de miedo blanco, por oposición a
la novela negra anglosajona. «En los cuentos románticos alemanes abundan
los elfos y las hadas, los duendecillos malévolos o bondadosos, las brujas, y
también los alquimistas, cabalistas, nigromantes y doctores místicos de toda
especie. El romanticismo alemán es
fabuloso, legendario, sombrío como una bruma del pasado». No hay en él los elementos macabros ni
morbosos de la novela gótica, sino el contenido de los cuentos populares que
recogerán luego los hermanos Grimm. Lo
que configurará una de las raíces del futuro cuento de miedo moderno. Según Llopis, el futuro cuento de miedo
maduro aún no existe, pero tiene esas dos raíces: por un lado, una raíz negra
que procede de Inglaterra, y la otra raíz blanca que procede principalmente de
Alemania. Luego de esto, vendrá otra
mutación en este tipo de literatura que tiene que ver con el nacimiento del
psicoanálisis de Freud y con la teoría de la evolución de Charles Darwin. El miedo lo producen los misterios del
inconsciente y de la realidad precaria, y los orígenes remotos, de vida
prehumana de la civilización.
Podemos decir que el terror se relaciona
a menudo con lo fantástico, pero no es una condición indispensable (Todorov);
el miedo y lo fantástico pueden coincidir, manifestarse al mismo tiempo, nunca
en relación de dependencia, pues ni lo fantástico produce miedo, ni el miedo
provoca lo fantástico.
En el caso de la literatura de terror,
se podría decir que pertenece a los diversos géneros de la literatura
fantástica, más concretamente al que experimenta con la sensación del
miedo.
Si la literatura fantástica tradicional
coincide en gran medida con la ficción gótica es porque, en parte, heredó
ciertos mecanismos que fueron relegados a un segundo plano debido a la
evolución experimentada por el género, en busca de su propia autonomía: el
terror, la arquitectura sublime o el elemento transgresor perceptible
(fantasmas, vampiros, monstruos); y porque, además, reproduce la temática
gótica adaptándola a los nuevos gustos y aunque algunos motivos permanecen, su
significación evolucione.
Entre lo gótico y lo fantástico existe
una continuidad, pero no una total y absoluta identidad. Lo que es evidente, y esto lo voy a demostrar
en el siguiente punto, es que sí existen puntos de unión entre el miedo y la
literatura fantástica.
Ahora, vamos a hablar de los famosos Diez Ositos de Stephen King. Según él, el cuento de horror nos pone en
contacto con aquellas fobias personales, temores tipificados y reconocibles,
que encuentran en él elementos simbólicos que la expresan. Lo que nos asusta a nosotros, seguramente
asusta a los otros también. Estos son
los Diez Ositos:
1.
Miedo
a la oscuridad.
2.
Miedo
a las cosas gelatinosas.
3.
Miedo
a las deformidades físicas.
4.
Miedo
a las serpientes.
5.
Miedo
a las ratas.
6.
Miedo
a los lugares cerrados.
7.
Miedo
a los insectos (especialmente cucarachas y arañas).
8.
Miedo
a la muerte.
9.
Miedo
a los otros (paranoia).
10. Miedo
por los otros.
Cada uno puede armar su propio cóctel de
miedos personales. Para el narrador, la
combinación de ellos en la ficción es la forma de permitirle al relato
fantástico de terror que pueda hacer cumplir en el lector la catarsis y las
proyecciones psicológicas.
Otros puntos de unión entre el miedo y
la literatura fantástica están enfocados en la percepción o los problemas
derivados de la percepción. La confusión
perceptiva deriva en consideraciones sobre lo invisible, informe, lo que acecha
en la oscuridad, que se transforma en una amenaza para el sujeto
perceptivo. Aquello que no se ve, que no
se conoce, se vuelve una amenaza (miedo).
El lector atraviesa por diversas etapas:
seguridad, evasión, identificación y catarsis; de manera sucesiva o al mismo
tiempo, y logra luego restaurar el equilibrio emocional.
Por lo tanto, y en base a estas
consideraciones, podemos afirmar que hay una vinculación estrecha entre lo
fantástico y el miedo. Todo lo que
afecte al orden natural de las cosas y ponga en tela de juicio el orden de la
razón (sin una convención como sucede con lo maravilloso) produce miedo. La desestabilización del orden racional hace
tambalear nuestra relación con el mundo.
El discurso realista se desarticula en presencia de categorías que se
relacionan de manera negativa: lo invisible, lo irreal, lo desconocido, lo
informe; presentes en él. Lo que el
sujeto no puede percibir se transforma en una amenaza de grandes dimensiones
para su entendimiento.
Miedo y fantástico van de la mano. Basta con poner al sujeto frente a un objeto
que no pueda manejar ni identificar, para que no pueda atribuirle explicaciones
realistas o naturales. El miedo nace por
esta causa en lo fantástico.
Interesante artículo, muy entretenido y completo. Como lector y autor de este tipo de género me ha parecido genial, desde luego. Un saludo.
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